QUÉ LEO HOY:

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sábado, 3 de marzo de 2018

PEQUEÑO PAÍS. Gael Faye


Hace mucho tiempo que dejé de señalar en los libros, de subrayar y poner notas al margen, no por afán de mantener el libro lo más intacto posible, sino para evitar predisponerme a ideas en una posterior lectura. Es cierto que no puedo evitar tomar notas de aquellas frases o ideas que me llaman la atención, pero en muchas ocasiones la búsqueda de aquel detalle me obliga a leer más de un capítulo para evitar que mis palabras no se ajusten de manera completa a las propias palabras de autor, o en su caso del traductor.
Pero claro, qué sucede cuando las frases se van agolpando a medida que pasan las páginas, cuando las ideas preconcebidas se diluyen con una rapidez pasmosa, cuando las risas dan paso al llanto contenido y cuando múltiples emociones hacen que las imperfecciones del mundo que crees conocer son simples anécdotas con las realidades de otros mundos.
Pues sencillamente que todo en ti se convulsiona y que descubres lo que la lectura de un buen libro puede repercutir en tu manera de ver el mundo, tu mundo y el de aquellos que ni siquiera conocerás nunca.
La "biografía" novelada, o los recuerdos de la infancia, de un rapero puede ser alentadora, intrigante, máxime cuando procede del continente africano. No tanto por su fama o la de sus letras (mi ignorancia en este sentido es supina), ni siquiera por contar con el galardón del Goncourt des Lycéens, sino porque la mayor parte de los aspectos de la historia reciente de países como Ruanda o Burindi me eran desconocidos.
Soy consciente, y lo era también a la hora de comenzar la lectura, de que los libros que usan la mirada de un niño para narrar cualquiera de los aspectos de la experiencia difieren mucho a la de los adultos y que a pesar de la señalada frescura en muchas ocasiones produce relatos simples y edulcorados que apenas se cierra el libro desaparecen de la memoria del lector. Pero en esta ocasión hay una advertencia clara al inicio del relato cuando su protagonista, instalado de manera permanente  en Francia y con cuya nacionalidad siempre ha contado, nos señala la obsesión por volver al país de su infancia, a esa aprensiva necesidad de recuperar sonidos, olores, sensaciones...
Así que de inmediato Gaby, la voz que nos relatará aquellos capítulos de la infancia, comienza a hablarnos de lo que conoce, de lo que vive a su alrededor, pero también la herencia de los recuerdos que su familia, la reconstrucción de un pasado que a él se le antoja cercano, pero que no ha sentido en sus carnes.
Quizá lo más llamativo, lo que se aleja de relatos de este tipo, es que no se sumerge en los aspectos más grises de la población, se centra en una clase media urbana, con un mestizaje cultural destacable - su padre es francés y su madre ruandesa y tutsi -, una clase ajena al África que el turismo se ha preocupado de recuperar, la del animismo, los baobab, las tribus... Estamos hablando de una población que se nutre de las dos culturas, la africana y la europea, y que se encuentra en un lugar elevado de la escala social.
Pero aquella mirad infantil, la que parece ajena al dolor de los conflictos que se suceden a su alrededor, demuestra que no deja de ser consciente de todo lo que ha sucedido y va a suceder. De manera que el relato infantil de amistad, armonía, juegos y crecimiento personal, se convierte de manera brusca en actor y testigo de lo que sucede tanto en Ruanda como en Burundi. Dando paso a una novela dura, desgarradora, donde la crudeza de las descripciones queda suavizada por la neutralidad a la hora de contar lo más doloroso.
Gaël Faye se ha convertido en la voz de dos países sin apenas tradición literaria, explicando con sencillez y total naturalidad acontecimientos que parecen muy lejanos desde el prisma europeo, pero que nos pueden dar un toque de atención sobre una situación que nos parece normal, pero que es, como así lo refiere en varias ocasiones el autor, algo anómalo: la guerra no es algo común a África, es una anomalía que hay que conocer para evitar y solucionar.
Sí, estamos ante una lectura fresca, con una prosa que atrapa y que te ofrece en pequeñas dosis la historia convulsa de fines del siglo XX en Ruanda y Burundi. Pero sin duda alguna, lo más significativo, es que está llena de sorpresas, de perlas que te van a acompañar durante mucho tiempo y que te va a hacer pensar y poner los ojos y la mente en la gravedad de los conflictos y, por encima de todo, en los seres humanos que las sufren.

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