QUÉ LEO HOY:

QUÉ LEO HOY: Sugerencias, debate, crítica, opinión...

jueves, 27 de febrero de 2014

LENNON. David Foenkinos



Mis primeros recuerdos musicales me devuelven a un viejo Renault amarillo y un radio-casette vetado para mis manos, una ranura horizontal intocable a la que únicamente las personas mayores podían acceder. En cuanto me gané el derecho a ser el acompañante del conductor empecé a poner cara a quienes me habían acompañado en mis viajes: Simon y Garfunkel, Nicola di Bari, Frank Sinatra y, por supuesto, Los Beatles.
La imagen de los cuatro músicos cruzando el paso de cebra en Abbey Road no me ha abandonado desde entonces, ni siquiera cuando otras portadas, ya de vinilo y de mi propiedad, cambiaban la imagen de Los Beatles. No puedo decir que sea un seguidor incondicional, pero su música no ha dejado de sonar  cerca de mi.
Así que descubrir que un libro que daba vida a John Lennon me parecía, cuanto menos, llamativo. Debo decir, antes que nada, que nunca sentí una preferencia por Lennon, incluso le miraba de reojo como culpable de la disolución de la banda (hasta hace bien poco apenas había prestado atención a sus canciones alejado de Los Beatles), así que tenía claro que no me podía sentir ofendido por nada de lo que sucediese en el libro.
Recordaba el buen sabor de boca que me había dejado La delicadeza, uno de esos libros que casi se leen sin querer y de los que su sola mención arquea la boca y aparece una especie de sonrisa, uno de esos libros de los que cabe decir "está bien", pero con la sinceridad de comprobar que el título es la mejor manera de definir su contenido. Así que volver a leer a Foenkinos no suponía ningún reto salvo el de comprobar qué había hecho con Lennon.
Y claro, un libro escrito en primera persona y dando voz al músico te mantiene la atención de la primera a la última página. Pero quizá lo mejor de todo radica en las primeras páginas del libro, antes de iniciarse las sesiones de psicoanálisis a las que se somete Lennon y de las que es fruto la narración, en la declaración de intenciones del escritor a la hora de darle voz al ex-beatles.
Una vez que redescubres que lo que tienes en tus manos es una obra de ficción sabes que vas a perdonar todos los desvaríos, los cambios de guión de una biografía de la que se ha escrito mucho.Así que desde esa primera sesión te dejas llevar como lector y viajas a los años 70 del siglo pasado, a hechos escuchados y vistos a posteriori, pero que forman parte de tu propia memoria. Y, lo que es más importante, logras penetrar en la mente de un personaje mítico, uno de los iconos de la juventud de aquellos años, y descubrir que apenas sí conocías unas cuantas cosas sobre él.
Sí, soy consciente de que lo leído es ficción (lo vuelvo a repetir), pero me da lo mismo, pues mientras he disfrutado de su lectura ha sido tan real como creíble. Claro que en más de una ocasión he "torcido el morro" y no me he sentido muy de acuerdo con las reflexiones de Lennon, pero si me paro a pensarlo es lo que me sucede cada vez que leo una biografía bien documentada, siempre me da la sensación que el biógrafo se ha dejado llevar, para bien o para mal.
Dice el propio autor que todos los hechos narrados son reales, que él ha jugado con sus pensamientos y su posible visión de los acontecimientos. Eso es, en resumen, lo que es el libro. Poco más se puede decir salvo que su lectura es agradable, cómoda y ágil.

miércoles, 19 de febrero de 2014

EL VERANO QUE MURIÓ CHAVELA. José Luis Correa




Los detectives de ficción siempre han ocupado un lugar privilegiado entre mis lecturas de intriga, fueron ellos los que me introdujeron en el fascinante mundo que hay más allá de la ley. Hércules Poirot, Sherlock Holmes, Martin Hewitt, Philip Marlowe, Dan Fortune, Sam Spade, Lew Archer y otros tantos más no solo lograron entretenerme, sino que me posicionase (al menos mientras duraba la novela) siempre a su lado.
A pesar de que últimamente son mayoría los protagonistas que defienden la verdad desde las fuerzas de la ley, en vez de una agencia de detectives, de vez en cuando nos encontramos con los clásicos detectives que en su día no recibieron la atención que necesitaban. Textos clásicos que gracias a algunas pequeñas editoriales vamos descubriendo (o redescubriendo, según el caso). Pero también aparecen detectives de nuevo cuño de los que, inexplicablemente, apenas sí conocíamos el nombre de su creador.
Uno de esos casos es el de Ricardo Blanco, detective privado de Las Palmas de Gran Canaria y que, de momento cuenta con siete historias como protagonista (o al menos eso vemos en los apuntes biográficos del escritor en el libro). Un detective que manteniendo ciertas características del género, desordenado, altruista, empecinado en esclarecer la verdad, pero que nos ofrece unos detalles que lo hacen auténtico y diferente, hasta tal punto que leer una de sus novelas te lleva a la obligación de buscar alguna de las anteriores para comprobar si estamos ante una novela destacable o el propio José Luis Correa es capaz de escribir siempre así.
El verano que murió Chavela es una novela activa, en la que no solo el protagonista, el mencionado detective Ricardo Blanco, lleva la voz cantante, sino que son varias las voces que se van solapando y nos ofrecen una visión personal de lo que acontece. Activa porque el lenguaje desenfadado, lleno de ingenio, cercano y lejano a la vez. Cercano porque en ningún momento observamos pedantería y lenguaje rebuscado, y lejano cuando los términos de las islas nos hacen pestañear y sonreír al escuchar, sí, al escuchar, las palabras. Y es que en más de una ocasión da la sensación de estar escuchando la voz de los protagonistas, en especial Ricardo, Inés su ayudante y el inspector Gervasio Álvarez.
Será el uso del lenguaje, la manera de ser de Ricardo y algunas de las situaciones que se producen (merece la pena la sucedida en el bar "el Cosme" alrededor de las albóndigas caseras que allí se ofrecen) las que agilizarán y llenarán más de una sonrisa la lectura, hasta tal punto que los momentos más dramáticos se suavizan con ingenio y buena, muy buena narración.
Por no olvidar esa sensación de bonhomía que desprende el propio detective, como si nunca hubiese traspasado esa línea peligrosa que cruzan muchos detectives amparados en esa búsqueda de la verdad.
Una novela agradable, que deja un sabor de boca estupendo y que demuestra que muchos de los artificios que nos ofrecen algunos narradores no son necesarios para contar una buena historia. Quizá lo más destacado es que no echamos de menos descripciones lineales y urbanísticas para acompañar al protagonista en sus pesquisas. 

martes, 11 de febrero de 2014

INICIACIÓN DE UN HOMBRE: 1917. John Dos Passos



No sé cuándo fue la última vez  que leí a Dos Passos, pero puedo asegurar que hace demasiados años. El descubrimiento de Manhattan Transfer me hizo buscar con ansiedad El paralelo 42, 1919 y El gran dinero, lo que luego descubrí eran conocidas como la "Trilogía USA".
Pero claro, en unos meses en los que la I Guerra Mundial se ha convertido en tema principal de mis lecturas (sobre todo ensayos que podían acercarme a una contienda de la que desconocía, y sigo desconociendo, casi todo), no podía abstraerme de narraciones que acercaban a los acontecimientos desde otros puntos de vista, o al menos otra manera de enfrentarse al drama de la guerra.
Fue eso, y no el hecho de ser el primer libro escrito por uno de los integrantes de la conocida como "generación perdida", lo que hizo que cogiese el libro con la avidez de quien se obsesiona con un  tema. Ni siquiera sabía, antes de empezar la lectura, que el propio Dos Passos había participado en la Guerra como conductor de ambulancias y por lo tanto buena parte de lo que me iba a encontrar pertenecía a la propia experiencia personal del escritor.
Desde las primeras líneas se descubre, al menos si has leído antes otras obras del autor, se aprecia una narración joven y directa, donde el lenguaje es sencillo y se dirige directamente a lo que pretende contar, casi desaparecen los artificios y trata de que sean los diálogos quienes señalen al lector los acontecimientos. Pero aún así, o por eso mismo, no sabría muy bien decir exactamente el porqué, Dos Passos narra con franca crudeza los acontecimientos de una guerra marcada por la dureza de los combates, por esas trincheras de las que parecen escaparse los gritos y los olores.
Es cierto que la introducción que el autor presenta al inicio del libro te señalan una dirección concreta (una introducción que no existía en la edición original de 1920 y fue introducida en la de 1968), pero no es menos cierto que las imágenes son lo suficientemente elocuentes como para imaginar el drama y los horrores de ciertos instantes de la guerra.
La prosa ágil, clara y sencilla de Dos Passos ( a menudo empañada por el uso excesivo de los adjetivos antes de los nombres, seguramente más influenciado por la traducción que por lo lírico de la narración) logra que el libro se lea con una rapidez sorprendente. No son, como sucede en muchas ocasiones, las ganas de descubrir en que acaba el texto, en este caso las vicisitudes de los tres amigos protagonistas, sino la necesidad de conocer más detalles de lo que les acontece.
Un relato a caballo entre las memorias y la narración de formación que logra mostrarnos con precisión pinceladas de lo que fue una guerra desde la mirada de un joven que ne ningún momento era consciente de dónde se dirigían sus pasos