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domingo, 14 de septiembre de 2014

EL FOGONERO. Franz Kafka



Llevaba mucho tiempo sin leer a Kafka, salvo las múltiples citas usadas por escritores a modo de introducción, así que la llegada hace unos meses de la nueva edición de Nórdica hizo que de inmediato la separase para recuperar la prosa del autor checo. Sin embargo nuevos libros fueron tapando las poco más de 80 páginas del relato y quedó relegado para una noche de tormentoso insomnio.
Y como si de un ejercicio de relajación se tratara, desde la primera página, ha logrado aislarme completamente de todo. Ya no siento el calor sofocante, las idas y venidas del trabajo incompleto, los ruidos estridentes del verano. Todo se permuta por el ambiente creado por Kafka, llego a sentir la sensación salada del mar, a escuchar los sonidos metálicos del barco que ha llevado a Karl Robmann de Europa a América. Con ligeras pinceladas el autor logra que forme parte del escenario en que transitan los personajes, consiguiendo incluso que tome partido, que me alinee junto al protagonista para defender la injusticia cometida contra el fogonero que da título al libro.
Y es que ya desde el principio descubro todas esos aspectos que caracterizan a Franz Kafka: la búsqueda de la identidad, el irremediable e irredente destino, la crítica ante las injusticias propias de la autoridad, la fuerza de la opresión y esa continua sensación de estar viviendo dentro de un sueño. Incluso el sentimiento de ser un juguete en manos del destino se hace patente desde el momento que Robmann toma partido y decide defender ante el capitán del barco a ese hombre maltratado que encarna el fogonero.
No voy a negar que durante la lectura se cernía sobre mi la sombra de una lectura reconocible, como si fuese una historia ya conocida (descubro después que este relato formaba parte de la novela inacabada de Kafka y que luego se publicó como El desaparecido, aunque nosotros la conocemos como América, de la que conforma su primer capítulo), como si nada nuevo me pudiese ofrecer. Pero también es cierto que el ambiente opresivo, onírico, que logra crear el autor va más allá de la memoria y me sepulta bajo las atentas y distraídas miradas de los personajes que tratan de juzgar la situación. Unos y otros me obligan a tomar partido sí, pero me hacen dudar de mis convicciones ¿y si el fogonero no tuviera razón? ¿y si su superior no comete injusticia alguna y simplemente cumple con su deber ante quien no lo hace?.
Serán esas dudas las que autentifiquen el relato, las que lograrán dotarlo de una fuerza que parece escaparse del propio libro, las que den voz incluso a aquellos que no abren la boca y simplemente cruzan una mirada con el narrador. Será la Voz de Robmann, sus dudas, sus inquietudes, las que nos atenacen y nos alerten, sin que ello nos incomode un ápice para seguir leyendo, al contrario, será la lectura la que nos permita ampliar el escenario, como si un zoom imaginario nos permitiese ver toda la escena desde la distancia, observando los rostros, los gestos de todos aquellos que intervienen en ella.
Para colmo las ilustraciones de Max pondrán cara a cada uno de los personajes, recreando los escenarios en que se mueven, logrando suavizar con sus trazos el ambiente tenso y cerrado, permitiendo que nos centremos en los diálogos, en los silencios y las miradas. 

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