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lunes, 19 de mayo de 2014

LA LLAVE. Junichiro Tanizaki



No recuerdo bien cuántas han sido las veces que me había propuesto leer a Junichiro Tanizaki. Incluso obras como El elogio de la sombra y  La madre del capitán Shigemoto, siguen en mi biblioteca personal tan intactas como el primer día.
La aparición de esta nueva edición a cargo de la Editorial Siruela era, sin duda alguna, la mejor excusa para acercarme a uno de los escritores japoneses más representativos del siglo XX, a la altura de Mishima, Kawabata y Kobo Abe (este último también lo tengo, inexplicablemente, aparcado). Así que casi sin darme cuenta tenía en mi mano el libro con el que pretendía acercar a Tanizaki, esperando que, al menos, los otros dos le sigan sin tardar demasiado.
Lo más sorprendente es que según comienzo la lectura descubro símbolos que parecen estar aparcados en mi mente, como si la historia que estoy leyendo la conociese de alguna manera. Y claro, como la memoria, aunque selectiva, siempre deja espacio para que se recuperen escenas del pasado, me veo viendo la misma historia en una sala de cine.
Por supuesto que hay variables significativas, en primer lugar estaba en el sitio que no debía, aún no tenía la edad para ver ese tipo de películas, en segundo no sabía lo que iba a ver, pero el nombre de Stefania Sandrelli, la actriz que protagonizaba la película, corría entre las mentes de los de mi generación con una velocidad vertiginosa.
Fue, como no podía ser de otra manera, Tinto Brass quien se hizo cargo de la dirección de la película, corrían los años 83 o 84 del siglo pasado y poco más que el cuerpo de la actriz italiana y el título se me quedaron grabados: "La llave secreta" trataba de dotar de un misterio que no recuerdo si tenía la propia película, no cuesta nada imaginar que la trama era lo que menos nos importaba.
El caso es que según  comienzo a leer, y después de esas dudas (razonables) de lo que había visto en mi adolescencia, me dejo embriagar por la prosa elegante y distinguida de Tanizaki, el gusto oriental para narrar con una increíble dulzura sin importar el tema que se trate. La estética japonesa lo inunda todo, ni siquiera las referencias a Occidente que se van sucediendo consiguen sustraerme del entorno que el autor ha logrado crear, de esa presentación llena de incógnitas, incluso de ironía, dejando que sea el propio lector el que quiera participar del juego de los protagonistas.
Sí, claro que el erotismo lo inunda todo, pero sin dejar de ser un juego. Un juego por el que transitan los celos, la pasión, el voyeurismo, la sensualidad y un exhibicionismo que parece querer abarcar todo. Eso sí, escrito con un tacto, con una delicadeza que hasta cuando las imágenes tratan de ser duras, hay algo que las atenúa.
Tanizaki demuestra en la novela la destreza para acercarnos a su visión permanente en la que se enfrentan tradición y modernidad, sensualidad y elegancia, Oriente y Occidente. Nos hace tomar partido, enseñarnos con las palabras justas la fragilidad del cuerpo que, como el suyo, va acercándose con velocidad al ocaso. Y siempre logrando que la elegancia japonesa impregne cada una de las páginas.
Utilizando el diario personal como recurso (en este caso son dos los del protagonista y marido anónimo y su esposa Ikuko) crea un juego sensual en que cada cónyuge leerá las memorias del otro para revivir sus experiencias. Incluso podríamos hablar de una novela epistolar, pues al fin y al cabo los diarios no se hacen en esta ocasión para ser guardados, sino para ser leídos por el otro.
Significativa será también la lectura del diario de Ikuko (no hay que olvidar que ambos diarios se van alternando a modo de capítulos breves)que nos va dando las pistas para entender el desenlace final, lo que nos acercaría más al género de la intriga, pero es, este también, uno de los recursos usados por el genial escritor para engancharnos de principio a fin.
Una estética oriental, en la que la narración se ajusta a lo esencial, no se trata de rellenar hojas describiendo todo, al contrario, se trata de economizar las palabras, de expresar en su justa medida los acontecimientos. Una novela adictiva, de lectura agradable y en la que todos los personajes se hacen imprescindibles, Toshiko (la hija del matrimonio) y Kimura (el ayudante del marido) serán piezas fundamentales para el desarrollo de la historia. 

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