QUÉ LEO HOY:

QUÉ LEO HOY: Sugerencias, debate, crítica, opinión...

viernes, 30 de mayo de 2014

UN VIAJE A LA INDIA. Gonçalo M. Tavares



Llevo años posponiendo un viaje a la India, así que no se me ocurría mejor manera de hacerlo que a través de un libro. Y cuál es mi sorpresa cuando descubro que el osado escritor, un portugués del que desconocía casi todo, había hecho el "viaje" en verso de Lisboa a la India. Tardé unos segundos en volver a la realidad (tuve que asegurarme, hojeando al azar varias de sus páginas, que no era una especie de introducción lo que estaba versificado), alguien se arriesgaba, en pleno siglo XXI a narrar una epopeya de esta manera tan peculiar y, lo que era más impactante, lo hacía en una editorial como Seix Barral.
No pude evitar buscar en la solapa quién era el autor del libro y tras descubrir en la contraportada lo que de él dijo José Saramago: "Ganará en Premio Nobel en menos de treinta años. Estoy convencido. No tiene derecho a escribir tan bien con sólo treinta y cinco años. Dan ganas de pegarle.", me lancé a la que esperaba iba a ser una nueva aventura literaria.
Y debo reconocer que fue mucho más que eso, pues desde los primeros versos me vi invitado a un juego literario del que aún hoy soy incapaz de apearme. No solo hay una relectura de la tradición con Os Lusíadas de Luís Vaz de Camoes, sino que el espíritu del escritor renacentista está presente en cada una de las páginas. Hay mucho de literatura, de Joyce, de Proust, de Goethe, de tradición y fábula clásica, pero todo con un aire actual que lo hace diferente, que logra que la epopeya tenga una paleta de color más cercana que la hace creíble y permite que el disfrute vaya agrandándose a medida que pasan las páginas.
Tavares maneja con soltura la ironía, dando a la palabra todo su valor, dotando al lenguaje todo su carácter evocador, señalando en cada ocasión qué verso, o versos, es el que el lector debería resaltar. No siente la necesidad de dar rodeos, su verso se ajusta a lo esencial, a mostrar a Bloom (que mejor Ulises), sus miedos y ansias de buscar la sabiduría, de dejar tras de sí la huella del pasado.
El autor portugués nos regala una novela en  verso que logra aunar lo clásico con lo moderno, lo oriental con lo occidental, lo espiritual con lo material. Y lo hace de tal manera que invita, o mejor dicho incita, a la reflexión, demostrando el humanista que lleva dentro y logrando que el lector se implique de una manera nada efectista, pero si comprometida con la propia literatura, con ese ritmo acompasado que es la poesía.
Un viaje distinto, que nos exige también poner los cinco sentidos para lograr que nade se nos escape, que merezca la pena el esfuerzo de prestar atención a cada canto, a cada verso, a cada palabra. 

martes, 27 de mayo de 2014

EL BILLETE DE UN MILLÓN DE LIBRAS. Mark Twain



Que Mark Twain es uno de los más importantes escritores norteamericanos es algo que nadie, en su sano juicio, puede poner en duda, incluso no dudaría un segundo en señalar su importancia a nivel mundial. Y es que la extensa narrativa no se ciñe únicamente a Las aventuras de Tom Sawyer  y Las aventuras de Huckleberry Finn (aunque ambos títulos merecen estar en los altares del Olimpo literario), sino que fueron muchos los textos salidos de su pluma. Por suerte en la actualidad, y en nuestro país, hay muchas editoriales que siguen apostando por textos, de todo tipo, del escritor norteamericano (de hecho al día siguiente de salir este título) al menos otro más buscó ubicación en las estanterías de las librerías españolas.
El billete de un millón de libras es un relato divertido, ingenioso, en el que Twain despliega todo su hacer literario y en que logra del lector esa complicidad que consigue que te sientas partícipe del mismo. Sí, recorres junto a Henry Adams los rincones más variopintos de Londres, te cruzas con los mismos personajes que él, e incluso llegarás a tener la tentación de orientar sus pasos hacia lugares que en ningún momento se mencionan en la novela.
Y es que Mark Twain tiene la extraña capacidad de imbuir al lector de la misma aventura que el protagonista, con la ventaja de no padecer en ningún momento de las penalidades de este, de llevarle de la mano por todos los locales y tugurios por los que camina el propio Henry. 
Además no somos ajenos a la faceta irónica del escritor, a ese especie de estudio de la capacidad del hombre por atacar la adversidad, por enfrentarse a esos momentos en los que todo parece derrumbarse. Para ello Twain no duda ni un instante de buscar el tono más caústico, donde la ironía no solo se encuentra en las descripciones, sino que será la fuerza fundamental de los diálogos.
Estamos ante una novela de lectura ágil, entretenida, que consigue que el rostro se vaya contagiando del estado de gracia del protagonista, hasta tal punto que se hará muy difícil esconder la sonrisa que parece se apoderará de nuestro rostro a medida que avance la lectura del libro.
Destacable es también la edición de Gadir, en especial de las ilustraciones de Marcos Morán, que consiguen que seamos conscientes de inmediato de los guiños que hace respecto al  cine y al propio autor de la obra. 
Un libro para saborear la literatura, el justo uso de las palabras para adecuar la  narración a lo que verdaderamente está sucediendo en la historia. Ni sobra ni falta nada, Twain logra, otra vez, un relato ajustado en su forma y en su fondo, consiguiendo que el lector se sienta invitado a compartir con el protagonista sus vivencias, narradas en primera persona, sus penalidades en una ciudad y una país que no es el suyo y como la fortuna puso en sus manos el medio para sortearlas.

viernes, 23 de mayo de 2014

UN MILLÓN DE GOTAS. Víctor del Árbol



Un millón de gotas es uno de esos libros sobre los que cuesta escribir, no por no saber expresar lo que ha significado su lectura, sino por el miedo a contar demasiadas cosas, por descubrir los secretos que atesoran sus páginas.
Debo reconocer que no había leído nada del autor barcelonés, pero la lectura de las primeras doscientas páginas (sin apartar en ningún momento la mirada del libro), hizo que buscase con verdadera avidez noticias de sus anteriores obras (curiosamente justo unos días antes de aparecer este libro se reeditaron La tristeza del samurái y Respirar por la herida). Era como si necesitase saber más cosas, literariamente hablando, de un narrador poco común que me estaba incitando a rebuscar entre las líneas de la novela algo más que lo que las propias palabras me señalaban.
Con una prosa certera y una trama envolvente, Víctor del Árbol no solo me ha robado horas de sueño, sino que me ha conseguido que sus personajes, precisos y fascinantes, me hiciesen partícipe de su historia durante y después de la lectura. Acompañar a Gonzalo y rebuscar en el pasado se convierte en una experiencia inimaginable. Una narración inteligente y una destreza narrativa  sobresaliente que logra que el lector tenga todos sus sentidos alerta durante la lectura.
Son sus personajes, la fuerza que atesoran, los silencios que son capaces de dibujar y el poder para que las imágenes aparezcan en la mente del lector con total nitidez, lo que dota a la novela de un carácter notable, ya que confiere a la propia trama un atractivo que parece escaparse, por momentos, por mil caminos  y obligan a serenar la lectura para evitar dejar esos cabos sueltos que luego entorpezcan el desenlace de la historia.
A través de la narración en dos tiempos, finales de los años 30 del siglo pasado y la actualidad, Víctor del Árbol nos hace penetrar en una historia en la que, a fuerza de giros, dudamos de la  realidad de lo que estamos leyendo, nos entran dudas sobre si lo que vivimos, siempre dentro de la novela, es cierto o luego solo va a ser parte de una ensoñación. 
Con una agilidad embaucadora y un ritmo narrativo creciente es normal que nos sintamos atraídos por la novela, que nos cueste un mundo dejarla y que busquemos cualquier instante, por pequeño que sea, para seguir viviendo dentro de ella.
No solo estamos ante una novela de intriga, sino que su lectura nos hace plantear dudas sobre todas aquellas verdades a las que estamos unidos.

lunes, 19 de mayo de 2014

LA LLAVE. Junichiro Tanizaki



No recuerdo bien cuántas han sido las veces que me había propuesto leer a Junichiro Tanizaki. Incluso obras como El elogio de la sombra y  La madre del capitán Shigemoto, siguen en mi biblioteca personal tan intactas como el primer día.
La aparición de esta nueva edición a cargo de la Editorial Siruela era, sin duda alguna, la mejor excusa para acercarme a uno de los escritores japoneses más representativos del siglo XX, a la altura de Mishima, Kawabata y Kobo Abe (este último también lo tengo, inexplicablemente, aparcado). Así que casi sin darme cuenta tenía en mi mano el libro con el que pretendía acercar a Tanizaki, esperando que, al menos, los otros dos le sigan sin tardar demasiado.
Lo más sorprendente es que según comienzo la lectura descubro símbolos que parecen estar aparcados en mi mente, como si la historia que estoy leyendo la conociese de alguna manera. Y claro, como la memoria, aunque selectiva, siempre deja espacio para que se recuperen escenas del pasado, me veo viendo la misma historia en una sala de cine.
Por supuesto que hay variables significativas, en primer lugar estaba en el sitio que no debía, aún no tenía la edad para ver ese tipo de películas, en segundo no sabía lo que iba a ver, pero el nombre de Stefania Sandrelli, la actriz que protagonizaba la película, corría entre las mentes de los de mi generación con una velocidad vertiginosa.
Fue, como no podía ser de otra manera, Tinto Brass quien se hizo cargo de la dirección de la película, corrían los años 83 o 84 del siglo pasado y poco más que el cuerpo de la actriz italiana y el título se me quedaron grabados: "La llave secreta" trataba de dotar de un misterio que no recuerdo si tenía la propia película, no cuesta nada imaginar que la trama era lo que menos nos importaba.
El caso es que según  comienzo a leer, y después de esas dudas (razonables) de lo que había visto en mi adolescencia, me dejo embriagar por la prosa elegante y distinguida de Tanizaki, el gusto oriental para narrar con una increíble dulzura sin importar el tema que se trate. La estética japonesa lo inunda todo, ni siquiera las referencias a Occidente que se van sucediendo consiguen sustraerme del entorno que el autor ha logrado crear, de esa presentación llena de incógnitas, incluso de ironía, dejando que sea el propio lector el que quiera participar del juego de los protagonistas.
Sí, claro que el erotismo lo inunda todo, pero sin dejar de ser un juego. Un juego por el que transitan los celos, la pasión, el voyeurismo, la sensualidad y un exhibicionismo que parece querer abarcar todo. Eso sí, escrito con un tacto, con una delicadeza que hasta cuando las imágenes tratan de ser duras, hay algo que las atenúa.
Tanizaki demuestra en la novela la destreza para acercarnos a su visión permanente en la que se enfrentan tradición y modernidad, sensualidad y elegancia, Oriente y Occidente. Nos hace tomar partido, enseñarnos con las palabras justas la fragilidad del cuerpo que, como el suyo, va acercándose con velocidad al ocaso. Y siempre logrando que la elegancia japonesa impregne cada una de las páginas.
Utilizando el diario personal como recurso (en este caso son dos los del protagonista y marido anónimo y su esposa Ikuko) crea un juego sensual en que cada cónyuge leerá las memorias del otro para revivir sus experiencias. Incluso podríamos hablar de una novela epistolar, pues al fin y al cabo los diarios no se hacen en esta ocasión para ser guardados, sino para ser leídos por el otro.
Significativa será también la lectura del diario de Ikuko (no hay que olvidar que ambos diarios se van alternando a modo de capítulos breves)que nos va dando las pistas para entender el desenlace final, lo que nos acercaría más al género de la intriga, pero es, este también, uno de los recursos usados por el genial escritor para engancharnos de principio a fin.
Una estética oriental, en la que la narración se ajusta a lo esencial, no se trata de rellenar hojas describiendo todo, al contrario, se trata de economizar las palabras, de expresar en su justa medida los acontecimientos. Una novela adictiva, de lectura agradable y en la que todos los personajes se hacen imprescindibles, Toshiko (la hija del matrimonio) y Kimura (el ayudante del marido) serán piezas fundamentales para el desarrollo de la historia. 

lunes, 12 de mayo de 2014

ESTUDIO EN ESCARLATA. Arthur Conan Doyle



Desde hace varios meses sentía el deseo de volver a leer una de las novelas de Conan Doyle en las que el protagonista es Sherlock Holmes. Los relatos suelen acompañarme con relativa frecuencia, pero quería volver a saborear la contundencia de uno de sus textos largos. Encima de los muchos libros que hay sobre mi mesa esperando ser leídos aparecía con insistencia El sabueso de los Baskerville, pero sin ser capaz de explicar la razón no llegué a pasar de la primera página.
No eran las páginas ajadas y amarillentas del ejemplar que me acompaña desde que tengo uso de razón, ni la sensación de haberlo leído repetidamente, había una necesidad en recuperar, paso a paso los movimientos de uno de los personajes más carismáticos de la literatura universal . Así que decidí empezar a releer a Conan Doyle por el principio, por el primero de sus libros: Estudio en escarlata. Y qué mejor forma de hacerlo que en la nueva edición ilustrada, como ya hizo con el título anterior, de Nórdica Libros, una editorial que logra mimar los textos clásicos dotándolos de una vitalidad que nos obliga a depositar nuestros ojos primero y nuestras manos  y mente después, sintiendo una tracción que solo es entendible cuando amamos los libros en sí mismos, por lo que son, representan y significan.
Con las ilustraciones de Fernando Vicente -búsquenlo en "Babelia", merece la pena- y la traducción de Esther Tusquets -de quien es también alguna de sus aventuras en la Editorial Rquer- Nórdica ha creado un libro fantástico que hace todos los honores a uno de los grandes genios de la novela policíaca.
Quizá lo más significativo de Estudio en escarlata es que logra impregnarnos del lenguaje tan personal y los modos narrativos de John H. Watson, sí, el Doctor Watson, pues será él quien nos cuente las aventuras de Sherlock Holmes con todo lujo de detalles. Será él quien, a modo de confesión casi personal y en voz baja, nos muestre quién es y cómo actúa el detective del 221 B de Baker Street, un narrador de lujo, presente en todos los escenarios y situaciones que describe.
Aunque sin duda lo mejor de esta primera entrega de sus aventuras (algunos relatos ya habían sido publicados en la prensa) es la presentación que de Sherlock Holmes y él mismo hace el Dr. Watson:

"Medía más de seis pies ochenta y era tan extremadamente delgado que parecía todavía más alto. Sus ojos eran agudos y penetrantes, salvo en los intervalos de sopor a los que he aludido; y su fina nariz aguileña confería a todo su semplante un aire vivaz y decidido. También su barbilla, prominente y cuadrada, revelaba a un hombre resuelto. Aunque sus manos estaban invariablemente manchadas de tinta y cubiertas de marcas causadas por productos químicos, Holmes poseía una extraordinaria delicadeza de tacto, como tuve ocasión de observar con frecuenca al verle manipular sus frágiles instrumentos de trabajo"

Por no mencionar las pautas del trabajo de "deducción" que al detective le gusta usar para desentrañar el crimen extraño que se les presenta y los juegos dialécticos con que adorna muchas de las explicaciones del propio Holmes.
Las descripciones, tanto de lugares como de cada uno de los personajes que van apareciendo, así como los diálogos a que somete a sus dos protagonistas principales hace que la narrativa de Conan Doyle, Sir Arthur Conan Doyle, logre envolvernos desde el inicio, creando una atmósfera londinense de la que es difícil escapar ( salvo en esa segunda parte en la que se nos traslada a suelo americano). Hasta tal punto ralentizamos la lectura todo lo posible, saboreando cada página, cada apreciación, cada palabra usada por el narrador para dejar volar nuestra imaginación hacia escenarios  fácilmente dibujados.
No voy a negar que frente al atractivo descomunal, casi hasta la adicción, de la primera parte ("Reimpresión de las memorias de John H. Watson, doctor en medicina y ex médico del ejército") hay un instante, tan solo uno, en que parece zozobrar la novela al inicio de la segunda parte ("El país de los santos"). No porqué esta no esté tan bien escrita como la primera, sino porque parece romper la dinámica, los escenarios e incluso los propios personajes.
De repente, cuando parece que estamos ante el clímax de la historia, cuando los personajes principales se asoman en toda su grandeza y la trama parece llegada a su fin, Conan Doyle nos paraliza con un final de capítulo brusco. Creemos llegar al final y aún queda la mitad del libro. Para nuestra sorpresa no solo cambiamos de escenario, sino incluso de continente y protagonistas, hasta tal punto que no resulta extraño que dudemos de qué es lo que estamos leyendo. De hecho debo reconocer que mi memoria había sido incapaz de retener esta parte de la historia, quitando ese segundo capítulo casi en su totalidad, incluso es más que posible que me imaginase una historia que nada tiene que ver con la primera parte.
Pero no hay duda que una vez superada la sorpresa, puesto en situación, el lector vuelve a dejarse seducir por el ritmo creciente de la narración de Conan Doyle, de esa historia que, poco a poco, se va perfilando de nuevo hasta que entendemos el porqué de ambas partes.
Una lectura entretenida, activa, sorprendente y ocurrente, como todas en las que Sherlock Holmes y, como no, el Dr. Watson, son protagonistas, sin el menor desperdicio y en la que los lectores somos parte fundamental de la propia historia narrada. Atentos a cada pista, a cada insinuación y detalle para resolver junto a nuestros protagonistas el crimen en que se ven envueltos.

jueves, 8 de mayo de 2014

EL CANTO DEL CUCO. Abel Hernández



Quizá lo más llamativo que tienen los libros de Abel Hernández sobre las Tierras Altas de Soria es que despiertan una pasión diferente según quien sea el lector, cada uno se decanta por un título diferente. Historias de la Alcarama, El caballo de cartón (Premio de la Crítica de Castilla y León) y Leyendas de la Alcarama completan ese amplio mosaico en el que la prosa de Abel Hernández desentraña el pasado y el presente de un lugar real que gracias a su pluma dibuja tintes casi míticos.
Antes de nada señalar que El canto del cuco es una lectura atípica, máxime cuando se compara con sus anteriores trabajos, en la que la frescura oculta la precisión de un trabajo mejor estructurado.Ser fruto del blog que da título al libro y en el que Abel despliega con maestría su oficio de periodista, el formidable manejo del lenguaje y su memoria para trasladarnos de nuevo al Sarnago de su infancia, tiene sus ventajas e inconvenientes.
Pos supuesto que no presenta una historia continuada y que al formar parte de las aportaciones semanales del blog, donde no olvidemos existe ese espacio entre texto y texto, existen reiteraciones que se hacen más destacadas al leerlas todas juntas. Pero Abel Hernández mantiene esas imágenes que su memoria atesora, imágenes que nos trasladan de inmediato a un universo desparecido, a unos escenarios que nada tienen que ver con la actualidad. Además, es este cuarto título, encontramos con que el autor contrapone presente y pasado, idealizando la "patria" perdida y logrando hacerla universal. Logra mostrar el espacio local de Sarnago, de Tierras Altas, para universalizarlo y acercar a los lectores a un paisaje y sus habitantes de manera que todos lo sentamos como propio.
Abel Hernández aporta, además, un vocabulario propio del espacio en que transitan sus palabras, un vocabulario a punto de extinguirse ya que muchas de sus palabras han perdido vigencia y sentido en nuestro siglo XXI. Es de agradecer el Glosario que aparece al final del libro, espero que no le suceda como a mi que lo descubrí casi al finalizar la lectura y tras hacer uso del diccionario un buen número de veces.
La memoria de la infancia, la ensoñación de unas imágenes sumamente evocadoras quedan impresas en la mente del lector hasta ser capaz de describir, con palabras distintas a las usadas por Abel, las calles, las casas y muchos de sus habitantes.
Hay nostalgia y posicionamiento, es una lástima que en el libro no aparezcan muchos de los diálogos que provoca el blog, pero es de imaginar los pros y contras de quienes acuden a su cita semanal. Nosotros nos conformamos con volver a Sarnago de nuevo a este año de 56 "días" y dejarnos llevar por la prosa cercana, sencilla y transparente de Abel Hernández.

domingo, 4 de mayo de 2014

LOS DOMINGOS DE UN BURGUÉS EN PARÍS. Guy de Maupassant



Seducido por sus relatos hacía mucho que no había leído una novela de Guy de Maupassant -creo recordar que fue Bel Ami hace más de diez años-, así que en cuanto llegó a mis manos este título (es de señalar y agradecer a la Editorial Periférica la recuperación de muchos clásicos), del que desconocía absolutamente todo, no pude por menos que ponerme a devorarlo intentando disfrutar de la novela de uno de los autores más importantes del siglo XIX.
Tras leer los primeros capítulos tuve la sensación de que la novela en cuestión se asemejaba a un libro de relatos más que a una narración larga. Era como si cada uno de los diez en que estaba dividido el libro fuese una historia en si mismo, como si se pudiesen leer por separado sin que ninguno perdiese el tono desenfadado que solo un autor como Maupassant es capaz de aplicar en un relato.
Sí, es cierto que Patissot siempre es el protagonista y antes del primer capítulo existe una especie de introducción titulada "preparativos de viaje" en el que se nos presenta al personaje y da una explicación a lo que sucede a continuación, pero eso no evita descubrir la verdadera esencia de uno de los mejores "cuentistas", en el mejor sentido del término, de la narrativa europea.
Tenemos pues una novela que conjuga lo mejor de sus relatos o cuentos, una novela presentada en pequeñas dosis que aparecieron inicialmente por entregas en "Le Gaulois" en 1880 -el mismo año en que se publicó, unos meses antes, su primera novela Bola de sebo y con notable éxito-, y que no aparecieron en forma de libro hasta 1901. Es posible, al menos esa sensación queda tras la lectura del libro, que pudiesen ser más los "capítulos" que el autor tuviese en la cabeza, ya que no existe un final más allá del final del décimo.
El caso es que  descubrimos, ya desde el inicio, el gran observador que fue Guy de Maupassant y, lo que es más importante, la capacidad para narrar y mostrar, con pinceladas acertadas y precisas, los alrededores de París y sus habitantes. Por si esto fuese poco queda aquí latente la fuerza de su crítica hacia la burguesía, a la sociedad que esta conforma y los ambientes donde se maneja.
Por medio Patissot somos capaces de comprobar como vive un miembro de la burocracia, un funcionario perteneciente a esa clase social a la que el autor francés logra, como nadie, caricaturizar de manera sobresaliente, logrando pasar del asombro a la sonrisa, cuando  no a la carcajada, en una sola línea. Situando a su protagonista en escenarios y situaciones llenos de comicidad, sin necesidad de recurrir a estereotipos ni chistes fáciles.
Patissot es un turista superficial (se pueden encontrar demasiadas semejanzas con nuestros días) que antes que buscar la aventura, aunque para él todo se presente como tal, lo que trata es vincular sus grandes paseos a la prescripción médica alarmado por su salud. Gracias a él recorreremos los campos y caminos que rodean la capital francesa y nos encontraremos con personajes carismáticos, sin desperdicio alguno y ante los cuales la ironía de Maupassant se afila hasta casi cortarnos la respiración, con un humor tan perfectamente dibujado que somos capaces de recrear desde los caminos, chalets y casas de comida, hasta los gestos de cada uno de sus protagonistas.
Un narrador nato, vuelvo a repetir lo de uno de los más destacados del siglo XIX, que envuelve con su prosa, que atrapa de tal manera que es imposible acabar un capítulo y no iniciar el siguiente sin perder ni un ápice de la sonrisa, hasta tal punto que esta parece instalada en nuestra cara incluso minutos después de cerrar el libro.