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martes, 17 de diciembre de 2013

DIES IRAE. César Pérez Gellida



Me suele costar mucho leer segundas partes de novelas que me han gustado mucho. No hablo de novelas en las que los personajes son los mismos, esas sagas en las que vemos como los protagonistas van evolucionando y creciendo y en las que cada novela tiene un principio y un final, sino de aquellas que forman parte de una trilogía (o incluso más) y cuya historia se reparte entre los libros que la conforman. De hecho en muchas de ellas he naufragado en el intento de leer la segunda de las "entregas".
El buen sabor de boca, el disfrute de la lectura y las imágenes de Memento Mori aún estaban presentes cuando llegó a mis manos esta segunda parte de la trilogía "Versos, canciones y trocitos de carne" (nombre que seguro a muchos lectores les puede echar para atrás, ellos se lo pierden). Agarré el libro con tanta energía como ganas tenía de seguir con las andanzas de Augusto, Ramiro y Armando. Pero había algo, algo difícil de explicar, que me impidió comenzar la lectura. De hecho me acompañó en más de veinticinco horas de avión y, al menos, cinco más de autobús,siendo incapaz de comenzar la lectura, ni siquiera de ojear el prólogo que, había leído, era de Jon Sistiaga.
No sé si tenía miedo a lo que me iba a encontrar o simplemente mi subconsciente me hizo pensar que  no era la lectura más adecuada para un viaje largo. El caso que una vez de vuelta, en la tranquilidad de la noche, no pude por menos que restarle al sueño todas las horas posibles para sumergirme en una lectura a la que pretendía lanzarme a tumba abierta.
Pocas veces una segunda parte tuvo tanta entidad como para poder leerse de manera independiente. Estamos ante una historia en si misma. Sí, continúa y aclara mucho lo acontecido en la primera parte, pero es que tanto los personajes, los escenarios y los acontecimientos dibujan una historia nada parecida a la anterior. Y es que Pérez Gellida logra trasladarnos, sin ningún tipo de esfuerzo, a unas calles que nada tienen que ver con las del Valladolid de Memento mori, nos muestra unos personajes que han evolucionado, y de qué manera, y nos vuelve a involucrar en una historia que se va gestando a medida que pasan las páginas.
La verdad es que se hace muy difícil hablar del libro sin desvelar sus secretos, pero ha medida que se intenta explicar van surgiendo imágenes a modo de flash que dan más valor si cabe a la propia lectura. Claro que tiene mucho de cinematográfica, el autor no se conforma, como ya lo hacía en su anterior novela, con narrar la historia sin más, nos introduce en la mente de los personajes, en la historia de estos y en la de la Europa reciente. De hecho la narración combina a la perfección los acontecimientos presentes de 2011 y la vuelta al pasado, de 1995 en adelante, para que profundicemos aún más en los protagonistas, en esos personajes con los que línea a línea vamos compartiendo algo más que la conexión acto-espectador.
Pérez Gellida vuelve a demostrar que es un escritor inteligente, capaz de ofrecernos una lección de historia para algo más que rellenar páginas y páginas, nos pone en antecedentes para que no sucumbamos a los hechos y acontecimientos que se van a producir más tarde. Vuelve a permitir que música y poesía se den la mano para que los personajes evolucionen y juega, como no podía ser de otra manera, con la narración en tercera persona combinada con la de primera persona que usa cuando quien nos habla es Augusto Ledesma.
Recuerdo que al escribir la reseña de la anterior novela, para este mismo blog, hablaba de lo que me gustaba ser capaz de imaginar los lugares que apareciesen en la historia que estaba leyendo, que fuese capaz de reconocer sus calles sin necesidad de plano alguno. En Memento mori jugaba con la ventaja de conocer Valladolid, pero en Dies irae desconocía completamente Trieste y Belgrado, así que el reto era mayor. Y si bien es cierto que no me voy a poder orientar por ninguna de las dos ciudades, si que soy capaz de sentir su esencia, ese carácter que hace que cada ciudad tenga su propia identidad.
Lo más sorprendente es que esa característica que busco en los lugares y escenarios que aparecen en el libro, la he encontrado también en los personajes que van sumando a los ya conocidos. Personajes a los que soy capaz de dibujar a pesar de que el dibujo no es lo mío, de los que parece conozco algo más que sus rasgos faciales, y con los cuales podría atreverme a mantener una conversación en un momento dado. Como se pueden imaginar quienes conozcan los libros, o incluso quienes se paren a pensar en el nombre que recibe la trilogía, habrá con quien la conversación sea más interesante y con quien es más que probable que el miedo me impida cruzar más de una palabra.
El caso es que César Pérez Gellida a vuelto a hacerme partícipe de una historia en la que la complejidad de la mente criminal me ha tenido con los ojos abiertos de principio a fin, aguantando en ocasiones la respiración para que algunos de los personajes no sintiesen mi presencia, evitando la mirada de aquellas escenas en las que el sonido parecía escaparse del libro, respirando a pleno pulmón en los breves momentos en los que la trama lo permitía.
No me queda más remedio que esperar, con impaciencia, la tercera entrega de la saga, la consumación de una historia adictiva e inteligente, capaz de atrapar a los amantes del género negro y aquellos que se apasionen con el retrato psicológico de los protagonistas

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