QUÉ LEO HOY:

QUÉ LEO HOY: Sugerencias, debate, crítica, opinión...

martes, 29 de octubre de 2013

¡MUUU! David Safier



No voy a intentar a estas alturas descubrir a David Safier, ni siquiera señalarle como el creador de un género propio. Pero lo cierto es que su trayectoria desde 2009 en nuestro país lo sitúa como un narrador prolífico. Maldito Karma nos descubrió un escritor en el que el sentido del humor iba mucho más allá de lo que estábamos acostumbrados, hilarante y sorprendente el libro logró que su siguiente novela, Jesús me quiere (2010), fuese esperada por un buen número de lectores.
Yo, mi, me, contigo (2011) y Una familia feliz (2012) no cosecharon el mismo reconocimiento, pero una legión de seguidores no perdía la ocasión de disfrutar de una novela de humor como eran ambas.
No voy a decir que Safier vuelve a sus orígenes, pero sí que vuelve a dar voz, y de que manera, a los animales. Vacas, perros y gatos circulan por las páginas del libro no solo entreteniendo en todo momento, arrancando sonrisas, e incluso risas desaforadas, sino que ofrece todo un catálogo de optimismo.
Sí, como es fácil de comprobar tanto en el título como en la portada, las protagonistas de esta historia son vacas. Lolle, Rabanito, Hilde y Susi, a las que acompaña el toro Champion y el gato Giacomo, nos ofrecen imágenes desternillantes y tremendamente elocuentes, hasta tal punto que seguro que quien cierra sus páginas y observa la portada espera que las vacas empiecen a hablar.
Con una prosa ágil y de una frescura destacable Safier nos introduce en una historia que no se conforma con hacernos reír, sino que logra también que seamos capaces de acercarnos a las reflexiones que se hacen las protagonistas. Sexo, religión, racismo y muchos otros temas se van sumando mientras somos testigos de las aventuras de las protagonistas, pero siempre sin abandonar, incluso en los momentos más tensos, la ironía y jocosidad que caracteriza al escritor alemán.
Gracias a los capítulos relativamente cortos, 66 en poco más de 300 páginas, la lectura logra esa agilidad y comodidad que suelen caracterizar a los libros que parecen acompañarte más allá de la propia lectura, hasta tal punto que ese capítulo más que vas a leer, se convierte con notable facilidad en tres o cuatro.
Canciones, chascarrillos y juegos de palabras aumentan la comicidad a extremos exagerados. Pocas veces unas pocas vacas han suscitado anécdotas y situaciones repletas de comicidad.
Un libro para pasar un buen rato, para pasar del asombro a la carcajada en apenas unos segundos, para descubrir cómo la imaginación y el sentido del humor pueden construir una novela entretenida, divertida  y, por encima de todo, llena de optimismo. Un placer de la primera a la última página.  

viernes, 25 de octubre de 2013

ASTÉRIX Y LOS PICTOS. Jean-Yves Ferri y Didier Conrad



Sí, ya sé que los más puristas se estarán rasgando las vestiduras, pero yo estaba deseando la llegada del álbum número 35 de la serie, así que en cuanto lo he tenido en mis manos no he podido hacer otra cosa que leerlo con los cinco sentidos.
No niego que la desaparición de Goscinny hiciera que nuestros irreductibles galos perdieran parte de su chispa, y que las últimas entregas nos lo hicieran añorar aún más. Pero es que las cosas eran así. De la misma manera que ahora sean Jean-Yves Ferri y Didier Conrad, este último como dibujante y el anterior como guionista, los que traten de acercarse lo más posible a nuestros emblemáticos personajes.
Y que queréis que os diga, salvo ciertos guiños a la actualidad que, no se nos olvide, han formado parte siempre de la esencia de Astérix y Obélix, no me he sentido defraudado. Incluso considero que el personaje de Mac Loch es un homenaje a "Oumpah-Pah, el piel roja" perfectamente conseguido.
¿Quién no ha imaginado que las historias de nuestros personajes no tenían un final diferente? ¿quién no ha escrito un guión imaginario en el que ellos eran de nuevo los protagonistas? Si no te ha sucedido, lo siento, pero deberías dejar que tu imaginación volase y se pudiera aprovechar de lo que tiene delante.
Eso creo que es lo que les ha tenido que suceder a Ferri y Conrad que, como era de esperar, han contado con el beneplácito de Uderzo. Y han construido una historia sólida, bien contada e ilustrada, en la que se encuentran todas las características de la saga, aunque, por qué no decirlo si he echado un poco de menos más peleas, pero bueno seguro que todo se andará.
Lo que sin duda es buena señal es que me ha parecido corta la historia, como si esperase que sucediesen más cosas. Atribuible, me imagino, a las imágenes de los demás álbumes que tengo alojadas en la memoria y me hacen imaginar que en cada una de las historias sucedían más cosas.
Astérix, Obélix, Panorámix, Abraracúrcix y demás miembros de la aldea vuelven a ofrecernos una buena historia que obliga, como siempre, a estar atentos hasta en los más pequeños detalles. Personajes que mantienen una buena salud, incluso Edadepiédrix, y que parecen asegurar su presencia en el futuro. Sobre todo porque Uderzo y los herederos de Goscinny están orgullosos de la emancipación de los personajes más emblemáticos, junto con Tintín, de la ilustración europea.
Juegos de palabras, guiños, viñetas antológicas y sonrisas aseguradas en una entrega que permitirá que los nostálgicos volvamos a disfrutar de Astérix y Obélix y que nuevas generaciones se acerquen a ellos.

miércoles, 23 de octubre de 2013

EL ÚLTIMO CORTEJO. Laurent Gaudé



Tengo que reconocer que lo primero que tuve que superar en la lectura del libro fue la primera frase, esa punzada que uno siente cuando algo resquebraja la intención de disfrutar de un libro. De hecho han tenido que pasar tres meses antes de aventurarme de nuevo en sus páginas. 
Pero claro, tenía demasiado presente El legado del rey Tsongor como para no darle una segunda oportunidad. Así que comencé a leer el libro con la esperanza de recuperar algunas de las sensaciones que me había producido aquel.
Sin las expectativas que tenía cuando lo cogí  por primera vez, allá por los últimos días de junio, me encuentro casi sin respiración en la página 16, habiendo acabado un primer capítulo y negándome a dejar el libro bajo ningún pretexto. Sin embargo había algo que me obligaba a leerlo con detenimiento, con respeto, como si los acontecimientos que se iban produciendo en él me impresionaran sobremanera.
La prosa absorvente de Gaudé de inmediato me trasladaron a los textos clásicos, a los poemas épicos. Los capítulos breves, los párrafos espaciados, la utilización del lenguaje y la propia figura de Alejandro me envolvieron de tal manera que no hacía falta, en absoluto, que el autor me llenase con imágenes superfluas y recurrentes. Me encontraba con una novela breve, sí, pero que estaba construida en su justa medida, a la que no le sobraba ni una coma, pero que gloriosamente no le faltaba tampoco nada.
A caballo entre la historia y la leyenda, la tragedia y la gloria, el autor nos sitúa en pleno siglo IV antes de Cristo sin tener que llenar páginas y páginas de presentaciones, descripciones y datos, nos introduce directamente en la propia historia sin crear caminos alternativos que tengan que demostrar los conocimientos adquiridos por el autor.
Laurent Gaudé vuelve a darnos una lección de escritura, de manejo de la prosa, de lograr transmitir al lector esa soledad del héroe que tanto se ha buscado a lo largo de la historia de la literatura y lo hace de la mejor manera posible, con un texto profundo y cargado de significado, donde el lector nota, a medida que van pasando las páginas, que el vello se eriza ante las imágenes que se van dibujando sin descanso.
Los últimos instantes del gran Alejandro Magno a modo de narración épica, hasta tal punto que las gestas anteriores se diluyen, hacen que  nos interese ese presente dramático del que somos testigos. Una evocación mística que logra invadirnos como si hubiésemos encontrado un manuscrito perdido.

domingo, 20 de octubre de 2013

LOS INGENUOS. Manuel Longares



La Gran Vía madrileña es, para quienes somos de provincias, ese espacio urbano que nos permite ver las bellezas y las miserias de una de las ciudades más representativas de Europa. Quien no se haya quedado extasiado con sus edificios, con sus comercios y espectáculos quizá debería hacérselo mirar o, cuanto menos, disfrutar  más con aquello que se le presenta y rompe el universo en que se mueve. De la misma manera nos ha sorprendido, hasta estos últimos años al menos, aquellos habitantes de las aceras que luchan por sobrevivir de la mejor manera posible; por no hablar de esas calles perpendiculares que se nos antojaban caminos hacia lugares que nada tienen que ver con la calle madrileña por excelencia.
Manuel Longares, madrileño, nos arrastra por ese mismo espacio a lo largo del mismo siglo XX de Las cuatro esquinas y Romanticismo.Y lo hace mostrándonos la brillantez de la Gran Vía y los tonos grises de aquellas calles que convergen en ella.
Con ese estilo tan personal y la voz propia en que ha convertido su lenguaje nos traslada al Madrid del siglo pasado como si nos estuviera contando un hecho anecdótico más que una historia, serán necesarias casi treinta páginas para que nos percatemos de que es Gregorio Herrero el protagonista de esta novela a tres tiempos. Tres momentos de la historia de la capital de España y sus personajes, el ya mencionado Gregorio, su esposa Modesta y sus hijos Goyo y Modes.
Tres tiempos que nos recuerdan a los de Romanticismo (Premio de la Crítica 2001), aunque ahora, en vez de ser la burguesía del barrio de Salamanca, serán los miembros de las clases más llanas los protagonistas: los porteros de una finca de la calle Infantas.
El lenguaje rico y profundo (a mí particularmente me sobra algún que otro laísmo que me chrirría) nos envuelve desde el primer momento, haciendo literatura del lenguaje popular, de las tonadillas, jotas y chotis, acercándonos al Madrid de los años cuarenta primero, los setenta después, para finalizar en el mes de noviembre de 1975.
Pero sin duda alguna el aspecto que más logra llamar la atención de la novela es la ingenuidad que da nombre al título del libro, ingenuidad de los protagonistas ante las diferentes situaciones en que se encuentran. Manuel Longares consigue que toda la novela esté inmersa en un tono amable, como si se hubiese contagiado de la propia ingenuidad de los personajes, hasta tal punto que los dramas apenas son tales y simplemente se perfilan para señalar que están ahí.
Una novela agradable, de lectura ágil, que nos mantiene siempre atentos, para comprobar si las expectativas de los Herrero se cumplen o no. Un narrador genial que no tiene que demostrar nada, simplemente nos cuenta una historia, o varias historias, y lo hace de manera personal, dando voz a quien sí tiene algo que contarnos, acercándonos a su lenguaje y sus pensamientos. Para ello se acercará más a la ironía y el humor, siempre de manera inteligente, antes que a lo dramático.

jueves, 17 de octubre de 2013

EL ÚLTIMO LAPÓN. Olivier Truc



No sucumbí a la avalancha de autores nórdicos de  novela policíaca. Y eso que llevo muchos años enganchado a Henning Mankell y su inspector Kurt Wallander -y unos cuantos menos a Jussi Alder y su Departamento Q con Carl Mock a la cabeza-,y no han faltado en el último lustro autores y libros que casi nos hicieron concebir la idea de que en el norte todo se vive en clave de novela negra.
Pero a pesar de leer numerosos de sus libros, incluso de recuperar lecturas de quienes casi habían pasado inadvertidos ante los lectores españoles, pocos han logrado que sucumbiese a su literatura. 
Stieg Larsson (debo ser de los pocos a los que sus libros se me hicieron eternos), Assa Larsson (la segunda de sus novelas editada en España era tan similar a la primera que uno se sentía, cuanto menos, confuso), Arne Dahl (inquietante y duro), Arnaldur Indridason (sobrio y con unos personajes memorables, Erlendur Sveinsson), Jo Nesbo (atrapa y no te suelta) y muchos más siguen presentes en las librerías. 
Sin duda alguna lo mejor es que tras unos años de agobio aparecen ahora novelas notables de un género que tiene muchos seguidores. Un género que se amplia continuamente pues, como sucede con El último lapón hay algo más que intriga, se convierte en un método de denuncia ante una situación a todas luces injusta.
Sí, claro que es una característica de muchas de las novelas de intriga, especialmente las procedentes de los países nórdicos, pero al contrario de lo que sucede en otras (la denuncia hace que a veces se pierda el hilo y se convierta en una especie de anotación al margen que se aleja, a medida que avanza el libro, de la trama principal). Olivier Truc nos lleva de la mano por la Laponia central, un lugar idílico que no lo es tanto. Y lo hace de la mejor manera posible, de la mano de Klemet Nango y Nina Nansa dos "policías de renos". Sí, como lo oís, dos policías pertenecientes al cuerpo que trata de establecen el orden entre los ganaderos de renos. 
El autor nos muestra el pueblo Sami en toda su esencia, hasta tal punto que de la novela se podría extraer un tratado etnológico sobre ese pueblo. No solo conocemos sus costumbres, sus ritos, su experiencia vital, sino que comprobamos con qué problemas se deben enfrentar en la actualidad.
Una novela sencilla en origen, de fácil lectura en todo momento, pero que va creando en el lector una implicación que hace que no se pueda evitar conocer algo más sobre la cultura del pueblo lapón. Con una trama notable que nos obliga a seguir leyendo y descubrir quien o quienes son los culpables del tambor sagrado, aquel con el que los chamanes se comunicaban con los muertos, y de crimen del... Bueno, lo mejor es leer el libro y no esperar a que yo trate de contarlo.
Por cierto, cada uno de los personajes, además de los dos "policías", merece toda la atención del lector y un reconocimiento al escritor culpable de su creación.

lunes, 14 de octubre de 2013

LO QUE ESCONDEN LAS ISLAS. Alfonso Vázquez



Hay libros que necesitan centenares de páginas para desarrollar una historia, y otros, en cambio, con  apenas 110 son capaces no solo de contar una historia, sino lograr que el lector se involucre en ella y saque, cuanto menos, una buena dosis de carcajadas.
Y es que si de algo se puede catalogar este libro, o este relato, como ustedes quieran, es de atrevido. O no es una osadía en los tiempos que corren lograr que el fantasma del propio Robert Louis Stevenson, el padre de La isla del tesoro, protagonice una historia junto a unos cuantos miembros de la fauna televisiva española.
Alfonso Vázquez consigue, desde la primera página, que el lector tome partido (no es nada difícil comprobando ambos bandos) y que los distintos escenarios, en especial el atolón de las islas Kiribati, aparezcan con total nitidez.
Con un lenguaje sencillo, en el que la ironía campa a sus anchas, el autor crea una narración ágil e inquietante, en la que lo surrealista de la situación se engrandece con las dosis necesarias de intriga por ver en qué acaba la cosa.
Un juego literario en el que los vencedores resultan los lectores y la literatura, ésta en su enfrentamiento con la llamada telebasura, y aquellos por el entretenimiento y humor que destila la novela. Y es que Alfonso Vázquez no trata de hacer moralina alguna, sino entretener a quienes acceden al libro. Cosa que consigue en todo momento, ya que está construido en su justa medida. Ni sobran ni faltan páginas, un mérito que no todos los escritores logran, y mucho menos quienes se aventuran en el exquisito mundo del relato.
El lector agradece el humor ocurrente, surrealista, pero también el que la historia nos cuente algo más que la simple anécdota. No estamos ante una novela construida a base de golpes u ocurrencias, al contrario, la trama y su realización es la que logra que en todo momento nos acompañe una sonrisa, cuando no una carcajada, y nos sintamos satisfechos de la lectura.
Fresco, ágil, ocurrente y muy, muy divertido, el relato nos permite pasar un buen rato además de incitarnos a la ensoñación por las idílicas islas de Samoa.

jueves, 10 de octubre de 2013

EL GANDUL Y OTROS CUENTOS. Raimundo Lozano Vellosillo



Raimundo Lozano es de esos escritores de los que recibes lo que te esperas porque lo da todo en sus libros. Aunque habría que decir en sus relatos, pues a pesar de tener sobre sus espaldas unos cuantos poemarios son los relatos los que mejor le permiten expresarse. O al menos en los que más a gusto nos encontramos sus lectores.
Sencillos, clásicos y cercanos, a pesar de las distancias de tiempo y espacio que nos separan, los relatos de Raimundo nos descubren con enorme facilidad los personajes, acontecimientos y quehaceres de nuestros pueblos y ciudades. Tratados todos por igual, con una ternura que logra que nos sintamos aliviados en cada cuento a pesar del drama que en muchos de ellos se narran.
Y digo cuentos y no relatos, como bien indica el título del libro, porque el autor logra trasladarnos en cada uno, de manera individual a un universo que reconocemos más gracias a la memoria familiar que a la individual. Hay situaciones y hechos que parecen sonarnos, que nos da la sensación hemos vivido anteriormente, pero Raimundo Lozano logra darles los giros necesarios para que aquellos cobren vida de nuevo.
Un completo manejo del lenguaje y la narrativa nos acerca aún más a aquel universo campesino del que ya apenas queda nada. Y lo hace de la mejor manera, alimentándonos con gran cantidad de vocablos que están a punto de desaparecer y que se suman, de inmediato, a nuestro vocabulario.
Pero sin duda alguna quienes mejor representan al escritor son sus personajes, no solo porque cada uno de ellos nos cuenta, aunque su aparición sea muy breve, su vida y lo que les rodea, sino porque nos los presenta de tal manera que según vamos leyendo nos da la sensación de que les conocemos desde hace mucho tiempo. El Gandul, Evarista, Balbina, don Aurelio, don Primitivo y un montón de personajes más nos muestran en las páginas del libro cómo vivían y de qué, con qué soñaban y divertían y un montón de detalles más que nos permiten reconstruir aquel mundo no muy lejano en el tiempo pero del que parece nos separa una eternidad.
No sabría decir bien si es moraleja o no lo que Raimundo nos regala al final de casi todos los cuentos, pero sí las aclaraciones necesarias para que nuestra imaginación nos acerque a crear las situaciones narradas.

martes, 8 de octubre de 2013

LA TARDE PERFECTA DE JOSÉ TOMÁS. Simon Casas




No soy taurino, las veces que he visto festejos con picadores se pueden contar con los dedos de la mano, pero debo reconocer que leyendo el libro de Simon Casas he estado tentado, en más de una ocasión, de buscar la hucha de mis ahorros y tenerla preparada para cuando José Tomás anuncie su siguiente corrida.
No sé qué es lo que me atrajo del libro, ni siquiera qué esperaba encontrar, pero sí que tengo claro que el autor logra transmitir toda la pasión que él siente por el mundo del toro, acercándonos a su esencia histórica y artística. Hasta tal punto que hay momentos en los que aparece la figura del torero de Galapagar y ofrece al lector esa maestría, esa sabiduría que ni las cámaras son capaces de reflejar.
En tres tiempos es capaz de llevarnos de la mano a la arena del Coliseo de Nimes, al Madrid bohemio y taurino de los años sesenta y a los propios entresijos de la fiesta. Y lo hace con la pasión de artista, para él "escribir es igual que torear", que se entrega en cuerpo y alma, que no pretende demostrar nada, sino narrar los acontecimientos desde su propio y personal punto de vista.
Un libro taurino, sí, pero muy literario, donde la poesía dibuja con trazo firme las distintas suertes que José Tomás regaló a los 18.000 espectadores de aquella tarde perfecta, de aquella faena llena de magia que dejó sin aliento a los testigos de un momento épico de cuyos ecos Simon Casas nos hace testigos.
Con un prólogo incitante Andrés Calamaro ofrece las primeras pinceladas de lo que el lector va a encontrarse en el libro, haciéndonos partícipes de los nervios, sensaciones y asombros que aparecerán a continuación.
Y es que a lo largo de las poco más de cien páginas del libro el empresario taurino, escritor y torero, nos ofrece un verdadero disfrute para los sentidos, pues a través de sus palabras se puede oír el roce de la capa con el toro, incluso el de este con el traje de luces; se huele la lucha titánica entre dos colosos; se observa la faena conteniendo la respiración "pases raros con los enlaces más insólitos: caleserinas, fregolinas, serpentinas, tapatías, rancheras... ¡Pases recogidos en ramos como si fueran flores" (reconozco que he tenido que pedir ayuda para entender, o tratar de entender muchos de estos términos); se grita un olé casi místico al sentir la trayectoria de Ingrato; se toca la arena como símbolo de un ritual en el que se participa; y se saborea, casi con deleitación, cada instante como si se pretendiese mantener en la lengua todo su sabor.
Un relato lírico, al menos la parte en que Simon Casas nos traslada al coso de Nimes, que nos lleva al universo de la ensoñación. Pero también reflexivo e introspectivo, que nos acerca al lado mítico y bohemio del mundo del toro y a los entresijos de una fiesta con claros y oscuros.

miércoles, 2 de octubre de 2013

LA RATA EN LLAMAS. George V. Higgins



Cuando hace unos años la editorial Libros del Asteroide publicó la novela de George V. Higgins Los amigos de Eddie Coyle hice verdaderos esfuerzos por no leerla pues tenía muy fresca en la memoria la interpretación que del personaje que daba título al libro hacía Robert Mitchum en la película del mismo título.
Pero ahora, con la aparición en la misma editorial de otro título del autor, no he dudado un instante en sumergirme en los bajos fondos del Boston de principios de los años ochenta del siglo pasado.
Sí, La rata en llamas es una historia sórdida, donde todo rezuma criminalidad y son las primeras páginas un toque de atención para quien no sepa dónde se está metiendo. El lenguaje duro, de la calle, en el que abundan descripciones bruscas, permite escuchar los gritos y bravuconadas, las amenazas, insultos y broncas dialécticas que consiguen que el lector se sitúe de inmediato en la acción.
Una acción directa, que no necesita más descripciones que las que los diversos personajes aportan en sus diálogos. No hay apenas momento de respiro, de relajación, porque siempre escuchamos la voz amarga y patibularia de uno de los protagonistas. No hay necesidad, y verdaderamente no hace falta, de narrador que nos lleve de la mano por los oscuros entresijos de la trama. Serán Jerry Fein, Leo Proctor, Jimmy Dannaher  y Billy Malatesta quienes nos dibujen a la perfección cada uno de sus movimientos, pasados, presentes y, presumiblemente, futuros.
Hay, no obstante, dos historias paralelas que se suman con vertiginosidad, hasta tal punto que hay momentos en que el lector debe pararse a pensar en cual de ellas se encuentra. Lo que no frena, en ningún caso, el desarrollo de la acción. Una acción con más de una sorpresa que, espero, quien hable del libro no trate de señalar, pues perdería parte de su encanto.
El estilo propio de Higgins -en algún lugar leí que había influido en muchos de los cineastas y escritores  de cine y novela negras de Estados Unidos entre los que cabría destacar a Quentin Tarantino, Elmore Leonard, John Grisham o Norman Mailer- atrapa de tal manera que uno se siente partícipe de las conversaciones, de los diálogos que componen la novela, hasta tal punto que uno tiene que pestañear varias veces para volver a la realidad una vez abandonado el libro.
Novela negra en el más amplio sentido de la palabra, de hecho en la contraportada se añaden citas de escritores y críticos que hacen del escritor imprescindible para los amantes del género y aquellos que pretendan cultivarlo.
Tampoco hay que olvidar el humor, corrosivo en ocasiones, que despiden muchas de las situaciones, un humor que engrandece la historia y consigue que los gestos de quien lee varíen en la misma página