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martes, 7 de mayo de 2013

PEORES MANERAS DE MORIR. Francisco González Ledesma



Conocí a Francisco González Ledesma, sin saberlo, escondido en muchas de las novelas que, de adolescente, venían a mi casa con frecuencia. Aquel Silver Kane que, con Mallorquí y Lafuente Estefanía, me sumergieron en el Oeste que tantos sueños había ido creando el cine de los domingos.
Y resulta que pasando los años descubro que uno de los personajes más carismáticos, entrañables y, sin duda alguna, irreprochables de la literatura española tenía el mismo origen que muchos de aquellos "vaqueros" solitarios. Hablo, por supuesto, del inspector Méndez, ese personaje enigmático, rechazado por sus jefes, por los jueces, los políticos y algunos de sus compañeros de profesión, pero cercano y accesible para  camareros, prostitutas, marginados y perros abandonados.
Gracias a él recorremos las calles, rincones y muchos de los tugurios de la Barcelona actual (hemos visto con él los cambios producidos en los últimos 30 años en la ciudad), conocemos a sus habitantes, sus problemas y el latido continuo de unas vidas que cambian a medida que lo hacen las páginas del libro.
No voy a negar que Méndez es un personaje al que le tengo un cariño especial y al que siento deseos de gritar para que no vuelva a cometer los errores que le han posicionado como ese policía extraño del departamento (durante el franquismo no era bien vista su humanidad y en la democracia pesa todavía la aureola de las fuerzas del orden de entonces).
González Ledesma maneja la novela con tal maestría que no hay que esperar que la lectura avance un poco para quedarte enganchado de la historia (la mayor parte de los personajes que giran alrededor de Méndez te atrapan con la misma fuerza que lo hace él), para abrir todo lo posible los ojos para no perder detalle. Y es que en la lectura del libro tratas de ver más allá del propio libro, como si tras él estuviesen las calles, los edificios y los habitantes que pueblan la novela. No hace falta conocer la ciudad para descubrir la realidad de todos aquellos lugares en que se mueven dichos personajes.
Es cierto que el tema principal, la trata de blancas por medio de las mafias del Este de Europa, no es nuevo y en los últimos años han sido muchas las novelas que, de una manera u otra, nos han contado, casi con pelos y señales, como actúan en nuestro país. Pero aquí es la destreza del maestro González Ledesma la que nos permite disfrutar de esa ley casi marginal, de esa forma de enfrentarse, y nosotros con él, a cada uno de los sucesos que van generando la historia de la novela.
Solo hay una cosa que no puedo  perdonarle, al menos de momento, al escritor, pero seguro que en un cara a cara nos pondríamos, sin mucha tardanza, de acuerdo en cómo solucionarlo.

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