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jueves, 4 de abril de 2013

EL CEMENTERIO VACÍO. Ramiro Pinilla



Cuando llegó a mis manos Solo un muerto más no me lo podía creer: la nueva novela de Ramiro Pinilla tenía como protagonista a un librero, Sancho Bordaberri; y por si eso fuese poco: investigador privado, con el alias de Samuel Esparta.
Así que es normal que ahora, dos años después, el mismo librero-escritor-detective se colocase de inmediato sobre mi mesa de lectura. En la misma línea que su predecesor, este se puede leer por separado, nos adentramos en el Getxo donde ejerce su profesión de librero Sancho. Y de nuevo encontramos ese estilo tan característico en el que el narrador es el protagonista (ese escritor que debe acudir a hechos reales para narrar por carecer de la imaginación necesaria para crear una historia) y en el que los hechos se van creando a medida que los va escribiendo.
Con un ritmo creciente, permitiendo que el lector se vaya asomando casi a impulsos a la realidad de los acontecimientos, Pinilla nos introduce en un universo propio, en una población real que aquí se hace mítica, como un escenario real en que suceden los diferentes acontecimientos. Cuenta, además, con una construcción de personajes fabulosa, hasta tal punto que no hay uno solo que estorbe, que se haga innecesario, todos forman parte y crean la novela, y la descripción que de estos hace el autor está tan conseguida que apenas hace falta nada más para imaginárselos. Y claro, por encima de todos, el protagonista y su ayudante, Koldobike, tanto en la librería como en la investigación, entre quienes se establece una relación y unos diálogos que solo consiguen los grandes escritores.
También va de estos, de los escritores con los que ha crecido Sancho, quienes pueblan las estanterías de su librería y tratan de ocupar un espacio importante en quien acude al establecimiento. Sobre todo, claro está, los grandes escritores de novela policíaca, y muy por encima de los demás Hammett y Chandler. 
Una novela llena de intriga, con ese punto de misterio que logra que uno no se pueda separar de sus páginas. De lectura cómoda -uno se sitúa de inmediato en el Getxo de la narración, conociendo su distribución y, lo que es más importante, a los habitantes que lo pueblan- a medida que avanza esta se hace más y más interesante, logrando que la atención se vaya centrando en cada uno de los personajes que van apareciendo. Hay una fuerza que casi te impide pestañear para evitar, como si de una película se tratara, perder ese detalle significativo para resolver el crimen.
Porque crímenes, amores, odios, venganzas, secretos y leyendas anidan en una novela en la que Ramiro Pinilla sigue demostrando sus dotes como narrador, como contador de esas historias a las que hay que prestar mucha atención, pero en las que también encontramos la crítica, la ironía y el humor necesario para pasar un rato excelente.

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